Este es el primero de una serie de Post que voy a realizar, basado en los fasículos de la colección La Guerra de las Malvinas del año 1986. Publicare los articulos mas interesante (a mi parecer), tal como como fueron publicados en la citada colección.
Victoria argentina en la "avenida de las bombas"
Rodeada de colinas, la rada de San Carlos, llamada "avenida de las bombas"
La jornada del viernes 21 de mayo, se anunciaba hermosa y clara sobre el estrecho de Malvinas, el Falkland Sound de los ingleses. Las primeras luces del alba hicieron visible una gran concentración de navíos reunidos para apoyar a las fuerzas británicas de desembarco, en acción desde poco después de la medianoche.
A bordo de cada nave, incluso en el Canberra con su largo casco blanco, predominaba un solo pensamiento. ¿Iba a atacar la aviación argentina la atractiva presa que significaba para un caza bombardero una concentración de buques en pleno desembarco de tropas? La respuesta llego a las 8.50 horas con el primer Pucará que surgió de la isla oriental con rumbo a los barcos. Este fue el primero de tres días de batalla en lo que habría de ser llamado â??avenida de las bombasâ?? por los británicos.
Los acontecimientos del 21, 22 y 23 de mayo fueron cuidadosamente registrados en el lado británico, pero ¿Cuál fue el sentir de las tripulaciones argentinas que participaron en esta batalla? Tratemos de imaginarlo poniéndonos en el lugar de los que vivieron esos instantes a los mandos de un Skyhawk, por ejemplo.
En la pálida madrigada, los pilotos de la V Brigada Aérea procedieron a realizar una última inspección visual de sus Skyhawk antes del vuelo. Los amortiguadores del tren de aterrizaje gimieron bajo el peso de las bombas y de los depósitos suplementarios enganchados bajo las alas. Los 650 km hasta las islas constituyen una larga etapa para estos pequeños caza bombarderos y los oficiales de operaciones tuvieron que transpirar durante horas para calcular la mejor relación combustible/armamento que permitiera alcanzar los objetivos, atacarlos y regresar al continente con un margen de seguridad razonable.
Como lo habrían de mostrar los acontecimientos, estos cálculos habían sido ligeramente optimistas, particularmente en el caso de los escuadrones de Mirage. En la vertical de la â??avenida de las bombasâ?? apenas les quedaba combustible para hacer un pasaje de tiro y si el piloto recurría a la potencia máxima para escapar a los misiles, a los disparos de artillería antiaérea o a los Harrier, normalmente todo terminaba con un baño forzoso en las glaciares aguas del Atlántico Sur, una perspectiva poco regocijante en plena estación fría.
Decir que el piloto se encuentra â??estrechoâ?? en el habitáculo de un Skyhawk es un eufemismo. Enfundado en su vestimenta de vuelo, su traje anti-g, el chaleco salvavidas, los cinturones de seguridad y los arneses del paracaídas, incluso un hombre de complexión reducida se encontraría incomodo.
Una vez convenientemente â??amarradoâ?? el piloto, sus manos y ojos proceden casi automáticamente a las acciones vitales y enseguida enciende el reactor. Después del despegue comienza la metódica exploración visual que va desde los instrumentos de vuelo y de control al exterior del avión, a los lados y adelante, pero principalmente hacia atrás, al acecho de cualquier anomalía. Esta mañana lo más importante es el nivel y el consumo de combustible. Toda desviación del plan de vuelo se traduce en el riesgo real de quedarse sin combustibleâ?¦ afuera, alrededor de la cúpula, está el mar. Hasta el límite del horizonte no hay la menor señal de navegación. La rosa de la brújula parece crecer a ojos de vista, a fuerza de ser ansiosamente consultada para la fijación del rumbo. Un control febril de la concordancia con las instrucciones de vuelo anotadas en el cuaderno sujeto en la rodilla.
Pronto el Skyhawk se encuentra a 400 km de las costas y el piloto se siente muy solo. En silencio radial desde el momento del despegue, progresivamente el sentimiento de soledad se hace más fuerte a medida que penetra en la zona de los Harrier. La formación esta ahora dentro del alcance de los radares de la Task Force y en alguna parte del cielo los interceptores esta allí. Para intentar escapar a esta detección, el piloto zambulle su Skyhawk hasta el ras de las olas. Lo que no era más que un ejercicio un poco monótono de pilotaje por instrumentos, se convierte súbitamente en terriblemente excitante.
"Misión cumplida". Un piloto argentino hace el tradicional signo de la victoria. En un costado del fuselaje se ve la silueta de un barco, al parecer tipo 42, y la fecha del ataque.
Siempre un poco impreciso de manejar a causa de su pesada carga de bombas y de combustible, el Skyhawk comienza a bambolearse en la turbulencia de las capas bajas y el piloto a exasperarse sobre los mandos. El sistema cardiaco se acelera al atravesar zonas de bruma y en las maniobras para evitar olas gigantescas. Los ojos exploran el cielo en busca del pequeño punto negro que se convertirá en un Harrier. Si el joven soldado que, refunfuñando, realizo la limpieza del vidrio de la cúpula pudiera estar allí, comprendería el porqué de esta orden. Es el momento en que la más diminuta mota de polvo se convierte en un avión enemigo para unos ojos cansados.
Al asalto de la armada británica
Percibir en el horizonte la costa de la isla oriental es casi un alivio. La vista de la tierra aleja momentáneamente el sentimiento de incomodidad, el piloto olvida su asiento eyectable y las correas que lo abrazan. Y, de repente, el primer barco inglesâ?¦
En el â??briefingâ?? prevuelo se fijo el punto inicial en la isla grande, para atacar con el sol a la espalda. En el habitáculo, los gestos no son más que reflejos, seguro cañón: fuera, colimador: en marcha, mandos de tiro: activos, cinturón y correaje: bloqueados, oxigeno 100%, etc.
Ahora es una cuestión de orientación. He ahí la bahía de San Carlos a la izquierda, por tanto Fanning Head debería estar ahí adelanteâ?¦ Debajo de mi los barcos. ¿Cuántos? Y he ahí las primeras desagradables nubecillas de humo, ¡los antiaéreos abrieron fuego! Encima a la derecha, un misil. Unas perlas rojas suben perezosamente hacia el parabrisas y lo cruzan súbitamente a una velocidad vertiginosa. En medio de estas trazadoras están los obuses explosivos, lo que no se ven pero de los que uno solo puede acribillar mortalmente al Skyhawk. Entonces el piloto abre un poco el aceleradorâ?¦
Ya sobre la isla grande un viraje de 180ª como para revolver las tripas, un comienzo de velo negro cuando la sangre fluye al cerebro bajo el efecto de los g y la dolorosa presión del traje anti-g sobre los muslos y el estomago para evitar el velo negro total. De vuelta al vuelo horizontal y elegir un objetivo. ¡He aquí uno! La superestructura gris se agranda en la ira, esmaltada de puntos luminosos porque la tripulación dispara frenéticamente con todas sus armas. La forma gris se agranda aun más. Las trazadoras surcan el cielo. Instintivamente, el piloto contrae los músculos a la espera del obús inevitable que hará estallar su caparazón. ¿Van a disparar misiles? Ahora el barco llena todo el parabrisas. Un poco todavía, solo un poquito másâ?¦ ¡ya está! El Skyhawk pega un salto liberado de la resistencia aerodinámica y del peso de las bombas. Es un verdadero caleidoscopio de impresiones visualesâ?¦ el barco que se precipita bajo los planos, mástiles más altos que el avión, un rostro que te mira a algunos metros, otro mástil, los cables de antenas que rozan peligrosamente. La vertical del barco es para el piloto el momento de efectuar un nuevo viraje cerrado para evitar la onda expansiva de sus propias bombas y la ocasión de un rápido vistazo al objetivo. A esta velocidad y en la confusión del momento, imposible decir si el objetivo fue alcanzado o no, a menos de que haya una verdaderamente gran explosión. Al máximo de velocidad que le permite el combustible restante, el Skyhawk toma el rumbo de vuelta.
Ahora quedan dos peligros: los Harrier y la pequeña luz roja que se encenderá cuando el combustible llegue a su fin. Una explosión apenas perceptible. Es un Sidewinder británico que acaba de hacer impacto en el avión de un compañero. ¿Quién es? ¿Pudo eyectarse? ¿Acaso los ingleses van a recogerlo? ¿Acaso â??alguienâ?? va a recogerlo?
El peligro se aleja poco a poco, la tensión nerviosa desciende, para ceder el sitio al cansancio y al deseo obsesionante de llegar a la base. La costa esta a la vista y la mirada hacia los indicadores de combustible se hace más ansiosa. ¿Tendré bastante para llegar a la base? Y finalmente ahí están, las señales familiares de los alrededores de la pista esta a la vista y para los músculos y el espíritu cansados, es la rutina de los gestos familiares de la aproximación al aterrizaje.
Diez naves hundidas o fuera de combate
No acompañaremos a nuestro piloto argentino a la rendición de cuentas de su misión, pero quizás esta ficción nos habrá dado una visión más intima de estas operaciones aéreas sobre el estrecho de Malvinas en el momento del desembarco. La tarde del 21 de mayo, entre los británicos había desaparecido toda la traza de humor. En pocas horas, los Mirage y los Skyhawk de la Fuerza Aérea habían dañado seriamente a la Argonaut, hundido la Ardent e hicieron impacto en la Antrim, Brillian y la Broadsword con bombas que, por suerte para los ingleses no explotaron. El 24 de mayo, el total de naves hundidas o fuera de combate se elevaba a diez, después de la espectacular desintegración de la Antelope en las aguas de San Carlos. Como precio de esta matanza, la aviación argentina no había sacrificado más que 26 aviones (cifra de fuente británica).
Evidentemente, vuelos como este que imaginamos requerían mucho coraje y valor. Es en esto donde se puede juzgar la moral de estos pilotos argentinos. Para el periodista argentino Luis Garasino el ambiente en las bases aéreas como Rio Gallegos, en mayo hacía pensar en el de las bases de los cazas de la RAF durante la Batalla de Inglaterra: somos nosotros la flor y nata de los defensores de la Nación. El efecto real de las pérdidas de la Fuerza Aérea es difícil de apreciar. Los pilotos entrevistados por Garasino hablaban de pesadas perdidas (hasta quince en un día), pero manifestaban su alivio al constatar que habían resultado, en suma, más reducidas que lo previsto.
Durante esos tres días, la defensa antiaérea fue asegurada por piezas de 110 mm de la artillería naval, por los cañones Bofors, las armas livianas, los misiles Sea Cat, Sea Wolf y Sea Dart, y por los aviones Sea Harrier (para ser más exactos habría que incluir en esta lista los misiles Rapier, a partir de su desembarco en San Carlos. De todos estos medios, los Harrier se mostraron más eficaces. Las cifras oficiales británicas les acreditan para esta campaña un total de 16 victorias confirmadas y una probable por misiles aire-aire y cuatro victorias confirmadas y dos probables con cañones.
Los tres tipos de misiles de la familiar â??Seaâ?? recibieron crédito por 21 aviones abatidos durante el conflicto. Se los puede considerar como de una eficacia media, particularmente el efecto disuasivo de sus explosiones fue muy espectacular. Pero los misiles superficie-aire embarcados se revelaron menos eficaces que el sistema Rapier del ejército de tierra, el cual, a pesar de algunos problemas, totalizo una veintena de victorias. En tres días, la batalla de la â??avenida de las bombasâ?? disipo las ilusiones que podían existir sobre la naturaleza del conflicto de las Malvinas. Este no sería un paseo militar, pues los dos bandos iban a dar pruebas del mismo valor y el mismo encarnizamiento.
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